anoche cambié la moneda de 50
kopeks ucranianos que me dio Juanjo hace unas semanas por 1 rupia india. intercambiar monedas, eso es comprar. monedas ajenas, monedas sin valor, monedas en las que sólo reparas en los dibujos, el peso, el diámetro. monedas lúdicas.
sigo sintiéndome tan sola en la noche de Madriz como cuando era una adolescente e intentaba con todas mis fuerzas integrarme en las habituales y concurridas salidas nocturnas que siempre me resultaron tan ajenas, a mi pesar.
bien vale una rupia mi aislamiento, una rupia de dedo alzado.
estoy, no ya triste, sino agobiada, angustiada, recubierta por una piel viscosa, fría, estrecha y repelente. y no sólo porque esté en paro desde hace mucho tiempo, no sólo porque mi salud deje bastante que desear, no sólo porque aún no he superado mi (su) ruptura amorosa, no sólo porque no me he vuelto a enamorar, no sólo porque nadie me espera en casa, no sólo porque soy invisible, no sólo porque el círculo de mi soledad me ahoga, no sólo porque mi madre esté muerta, qué va, no sólo por esas minucias: el mundo me parece tan feo, tan absurdo, tan sucio, tan cutre, da tanto asco que, aunque no leo el periódico ni veo los telediarios, soy incapaz de no ser consciente de tanta mierda.
y sigo escuchando música de los tiempos de Caravaggio. y sigo bebiendo té mientas me duelen las tripas.
y sigo.
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