descubrí el nido hace semanas por casualidad, mientras tendía la ropa. me embargó una alegría tan básica y visceral como no recordaba haber sentido desde hace mucho tiempo.
ayer intentando hacer una foto de la mirla-esfinge, que finge ignorar la presencia de una extraña bípeda con una cámara en las manos, la asusté; salió volando y dejó su tesoro al descubierto: ¡tres preciosos huevos azulados detrás del tapiz de hiedra que cubre la pared del patio!
oh, mon cul! ¡qué emoción!
y me da por pensar que han elegido mi patio entre todos los de la manzana como casa, y que en cierta forma me han elegido a mí y que están ahí para cuidarme (sé que es un pensamiento ñoño y absurdo pero me consuela de alguna manera ahora que he perdido a mis dos gorriones). y me pongo nerviosa porque sé que los mirlos se estresan mucho: tendré que tender con cuidado y restringir mi temporada de primavera-verano en el
exterior (silla de playa, meriendas, reuniones...), al menos hasta que los polluelos sean adolescentes despeluchados porque no quiero ser madre adoptiva de tres pollos huérfanos abandonados por unos padres agobiados que se dan a la fuga del hogar.
qué responsabilidad, ¡tengo un nido de
mirlos en mi casa! :-)
[sé de alguien que se va a morir de envidia.]
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