"¿No ha tenido usted nunca la sensación de haber sido expulsado de su vida como cuando nos apeamos accidentalmente del autobús en la parada que no es? El autobús o la vida siguen su marcha, alejándose de nosotros, que los perdemos de vista cuando doblan la esquina. Continúan existiendo, pero en una dimensión lejana, en la que atraviesan calles o plazas que quedan fuera ya de nuestro alcance. ¿Y nosotros? ¿Qué hacer cuando uno se queda fuera de su propia vida? Hay quien se atiborra de ansiolíticos o somníferos. Hay quien se entrega al alcohol. Hay quien se dedica a hacer dinero... Todo ello para acostarse zombi, levantarse zombi y pasar el día zombi. De ese modo, no echas tanto de menos la vida de la que has sido expulsado (o de la que te has caído, o que has abandonado en un movimiento entre voluntario y no). Muchos, en un intento de recuperar esa vida, leen los libros o revisan el cine o retoman los hábitos que recuerdan ligados a ella. Pero lo cierto es que, fuera de la propia existencia, todos esos placeres carecen de emoción. Se le caen a uno de la mano las mejores novelas, abandona a medias las películas en otro tiempo más estimulantes, le resultan opacos los paisajes que le hicieron llorar. Los hay que se resignan, aceptando lo ocurrido como una suerte de jubilación anticipada y forzosa, una especie de pequeña muerte a la que tarde o temprano, a base de sofá y telebasura, piensan, se acostumbrarán. Pero la mayoría, me gusta imaginar, espera tenazmente el regreso de esa vida, desde donde quiera que esté, para subirse de nuevo a ella, y vivirla, en esta oportunidad, con mayor frenesí que antes. La mitad de la gente que vemos bajo las marquesinas callejeras —yo entre ellos— fingiendo esperar al autobús, esperan en realidad que vuelva a pasar su vida por delante para retomarla de nuevo, aunque sea en marcha."
Juan José Millás, En marcha, El País, 25 de febrero de 2011
Juan José Millás, En marcha, El País, 25 de febrero de 2011
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Creo que es el retrato del pensamiento de casi todas las personas de esta sociedad en estos momentos. Al menos de aquellas que formamos el grueso de la manada.
Lo malo es esa desagradable sensación de que, haga lo que haga, será exactamente lo que hagan los demás, de manera que no hay escapatoria posible.
Vi esta reseña y me acordé de ti... http://www.alphadecay.org/libro/las-teorias-salvajes
Yo creo que todos tenemos un problema estructural: pensar que nuestra vida nos pertenece -y por tanto alguien nos puede apear de ella-.